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No somos dueños de nuestra vida, de nuestra salud, de nuestra tranquilidad, de nuestra felicidad. Ha de reverenciarse aquello Superior de lo que dependemos; temerle, respetarlo, confiar en ello y venerarlo, y también debemos amar a nuestros hermanos, tenerles clemencia y compasión, preocuparnos por ser buenos y justos, y cuidarnos de no hacer daño a los demás.
Todas estas conductas son considerados actos de adoración del ser interior porque pertenecen en esencia al cumplimiento de las Leyes Superiores; por ello seremos recompensados, pero por la soberbia de su negación seremos castigados.
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